Rompan todo: Acerca de Nunca seré policía de Walter Lezcano
Rompan todo: Acerca de Nunca seré policía de Walter Lezcano
(Hojas del Sur,
2021)
Aclaración: estoy escribiendo un ensayo, parte de un libro sobre
música y literatura, donde abordo en particular esta novela, así que lo que acá
comparto es un manojo de apuntes y me guardo otras ideas (el lector bien puede
ir por las suyas, valdrá la pena).
Dos citas bastan para explicar “qué es” Nunca seré policía:
a) “Recordar también es inventar una forma precisa para poder narrar
el recuerdo”.
b) “...la tranquilidad no existe”.
La primera habla de un procedimiento: para cada recuerdo una forma.
También de cómo ese procedimiento se ubica en “lo real”. Disputa un lugar entre
los discursos más o menos estetizados, más o menos mediáticos; un lugar entre
las exigencias de la lengua popular y de la lengua tecnicista (sí, también para
la literatura). Ahí libra su batalla. La forma que encontró Proust para narrar
el recuerdo en Por el camino de Swann no es la misma que encuentra
Lezcano en esta novela, aunque se acercan entre sí en varios (y no
superficiales) aspectos: la subjetividad se antepone a la materia circundante y
el protagonista es una mente que parece, por momentos, más colectiva que
individual. Es así que entramos en esa nebulosa de sucesos como si también nos
hubieran ocurrido. Ya sea en Combray o en el barrio, el alma humana (o la
mente, creo que me gusta más) necesita de un artificio para transformarse en
texto. De una “invención”, podría decirse como creo que le gustaría a Aira.
La segunda cita explica todo lo demás. Nada se detiene cuando la
literatura se activa, enfocada desde el punto de vista que toma Lezcano. Patear
el tablero es la única opción y fallar (o hacer que la lógica de los sintagmas
falle), un rasguño más en la caída. No es simple de desarrollar esto: no hay
literatura sin perturbación, sin conmoción, sin desencanto. ¿O preferimos que
nos sigan cantando las canciones de cuna que nos hacen sentir bien? (Bien
hablados, bien pensados, bien criados por un CEO). Porque, ojo: hasta la
rebeldía está envasada y se vende en Walmart. No obstante, los que creemos
todavía en la literatura, entendemos que un algo
más es posible para encontrar la emoción que desconocíamos.
El personaje principal escribe poemas (creo que puedo marcar su
primera referencia ahí, como una especie de nacimiento completo) para pensar
qué significa su existencia en relación a Romina, su novia anarquista y
adelantada varios pasos en casi todo. En un margen del libro anoté, así en
crudo: “todo primer poema de amor es político”. Trataré de explicarlo (aunque
lo dejaría así): en la materia descarnada hay una postura de lucha, una idea
antes que un razonamiento estético; se lucha al “querer mostrar” algo del plano
de lo sensible en un circuito social que ya de por sí desprecia la poesía (como
señala Ben Lerner, en The Hatred of Poetry). Y se lucha para perder, en
términos bélicos capitalistas. Y se lucha para ganar, en términos de existencia
(o supervivencia).
La novela habla desde la actualidad (un zoom que distorsiona y
extraña, y que en lo personal me encanta). Relee la figura de Soledad Rosas
desde una canción de Flema. Se junta el movimiento verdadero, la ruptura de la
cinta que nos lleva con serenidad. Se unen los conceptos fundacionales de la
civilización y la barbarie. Los vuelve (a esos conceptos políticos) un arma de
lectura literaria. Nos interpela sobre el deseo de una memoria colectiva para
este tiempo y la forma en que querríamos que fuera contada. ¿Es raro? Ricky
Espinosa tenía una respuesta para eso.
Diego
L. García
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