Apuntes en los márgenes de Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan, de Marcos Herrera

 

Apuntes en los márgenes de Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan, de Marcos Herrera (Ediciones del Camino, 2024)

 


 

Argentinidad profunda, parajes donde un western criollo tiene por único héroe a un perro con sarna, trenes que nunca llegan o que pasan por afuera de las esperanzas. Los cuentos de este libro magnífico nos llenan de preguntas. La emboscada de la elipsis está dispuesta para que tras la lectura no sepamos hacia dónde correr. ¿Un Horacio Quiroga domesticado como cuidador de un club náutico? ¿La eficiencia del empleado modelo que duerme en el piso con la ropa puesta? ¿La rebeldía minimalista de comer papas fritas a las ocho de la noche contra la política de la buena salud? ¿Un vendedor carveriano que llega al último deseo disponible para él? ¿Un traficante salido de una canción de Los Redondos? ¿Los extremos del lenguaje para una chica ciega que llena de belleza lo que toca? Y no se trata sólo del relieve de las tramas, sino de lo que acontece con nosotros en esas narraciones. Quiero decir, Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan necesita de un lector activo, dispuesto a golpear, a romper y a salirse del punto marcado.

El recurso poético aparece al frente de las narraciones, habilitando una forma poco frecuente en el cuento contemporáneo. Líneas con movimientos imprevistos, con el swing justo, como “El diablo vive (…) en las moscas, tatuajes del aire” o “La noche es un animal andrógino que tiembla”. Más que un puñado de metáforas, la narración toda se escabulle en imágenes caleidoscópicas mimetizadas en un realismo cortante. El ir y venir desde esos matices termina por componer una sensación de estar siempre fuera de lugar; el argumento se eclipsa y aparecen las asociaciones personales, esas que conducen al colapso de los símbolos (por ejemplo, la sospecha de que hay personajes que se transportan de un cuento a otro). Me pregunto, aunque tengo clara la respuesta que me gusta, ¿no está ahí acaso la mejor literatura?

El clima, la atmósfera, hace al corazón de cada relato. Como dijimos, no siempre la peripecia aparece expresa, no siempre los acontecimientos se ordenan por lo dicho. Poder tejer tantas sugerencias en la brevedad del relato deviene en no pocos interrogantes sobre el género y las escrituras exitosas de esta época. ¿Ir por el realismo chato y previsible? ¿Ir por la jugada táctica del género? ¿Por la complejidad de un hermetismo que no se anima al fracaso de la cultura? Acariciando lo áspero, decía Divididos, pues es ahí, en ese coqueteo con la suciedad, con la alta suciedad (ya que estamos citando discos noventosos) donde emerge la diferencia. Sin saltear la metáfora calamaresca, la discusión de clases está dada en varios momentos del libro, no obstante, nunca es la voluntad costumbrista la que la moviliza. La estetización no anula el planteo combativo contra la mirada aristocrática de lo real-posible (y sus voces), sino que abre paso a un camino fuera de toda ley.

Herrera reescribe así el fracaso del ser nacional, leyendo en 360° la historia literaria argentina. El gaucho, el inmigrante y el capitalista moderno son esclavos de la misma frustración. Como en “El Matadero”, no ganan ni unos ni otros. Nada sale como se prevé, todo se construye sobre lo que se echa a perder. Las achuras de la historia y de la lengua.

Dijo Ricardo Piglia sobre la narrativa de Marcos Herrera: “Por momentos la literatura argentina es toda muy parecida, hay una especie de registro retórico más o menos establecido de lo que se considera literatura, mientras que Marcos Herrera es alguien que ya tiene un campo y una voz que deslumbran por su originalidad”. Esa es la palabra: originalidad. Si bien comparto con el autor el gusto por la narrativa norteamericana y por la línea arltiana de los nuestros, no cabe duda al leer estos cuentos que hay algo nuevo desafiando y tensionando las expectativas de cualquiera. En una era de beats monocromáticos y frases en cuadritos, encontrar una voz con personalidad es un disfrute absoluto.

Leo uno de los tantos apuntes que escribí en los márgenes del libro (una versión fotocopiada que me obsequió el autor): Andrés el pescador – el primero. La carga no sabida, la carga de la revelación. Los senderos de este libro pueden llevarnos a zonas de una densidad capaz de engendrar lecturas por largo tiempo. A este libro uno va a volver sin dudas en varios momentos de la vida (nada más triste que la literatura descartable que scrollea en nuestra atención perezosa la foto de un pastel de papas).

El cierre es un cuento más largo: “Piedras y lobos”. Una historia con la palabra “padre” y la palabra “mente”, y por lo tanto las palabras “muerte”, “faro”, “casa”. Una aventura de reconocimiento, un periplo desde Canadá a un súper chino de Buenos Aires. Es hora de dejarse llevar en esta excursión a la imaginación. “Se despierta transpirado. La burla de la mañana cuelga del cielo…” comienza el primer cuento.

 

Diego L. García

 

 

www.margendelpoema.blogspot.com

 

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