Percepción y encuentro en Los cuadernos perdidos de Robert Walser, de Diego Roel
Percepción y encuentro en Los cuadernos perdidos de Robert Walser, de Diego Roel (Visor, 2024, Premio Loewe de Poesía 2023)
La poesía de Diego Roel viene
hace tiempo forjando su propia huella en la literatura argentina, con obras
como Dice Jonás (2015), Vía Lucis (2015), Kyrios (2016), Las
intemperies del mar (2017), Shibólet
(2018), El infierno es una bestia callada
y triste (2020), entre otras. En
la línea de poetas como Alejandro Schmidt e Inés Aráoz (voces que deberían
estar circulando en todo el mundo), Roel sustenta su procedimiento en la
“contemplación” en sentido heideggeriano. A propósito de su libro anterior, Andréi Rubliov (Rialp, 2020), escribí
que su poética destacaba por “la sencillez de una escritura pulida en extremo”.
He allí lo que la diferencia de otras escrituras contemporáneas, que en general
tienden a la rusticidad del habla y a la unidireccionalidad del querer decir.
La misma descripción del lenguaje aplica a este nuevo libro y diría que,
incluso, con un refinamiento mayor en cuanto a su geometría interna y al fluir
de las asociaciones de sentido en ella.
El autor encuentra cuadernos
que Robert Walser, el escritor suizo elogiado por Kafka, no sacó a la luz y que
se inscriben en un proceso de aislamiento hacia lo microscópico. Los encuentra (porque esa palabra va más
allá de la ficción) en su propia intención, en su devenir hacia el mismo
espacio donde la poesía ya no es un asunto social de libros y de mercado sino
una respiración: “El mundo se olvidó de mí. / Yo me olvidé del mundo. // Ahora
todo me parece / infinitamente mágico”. La voz de un otro es algo que Roel ya
ha trabajado. No lo hace como una máscara simple (poesía de homenaje) ni como
un juego de disfraces (poesía mimética), sino como la exploración de un cuerpo
que le permite estirar su poética hacia límites nuevos. Vuelvo así a esa
palabra anterior, el encuentro; dice uno de los poemas: “Prefiero perderme en
el bosque, / tumbarme bajo un abeto centenario: / allí te encontré una vez,
¿recuerdas?”. Aquello que ocurre en un momento, esa chispa de gracia, esa
pérdida que se balancea en un destino creador. Y en ello también, la memoria.
La palabra como vínculo hacia los bordes de una historia inadvertida. Lo que no
es visto, lo que se pasa por alto, ese es el germen del asunto para Roel. La
riqueza de un hallazgo único y la posibilidad de darlo a los demás.
Queda claro en el poema
titulado “Micrografía”: “Cada paso que doy es / una experiencia. // Dejé atrás
la vida de los hombres. // Pájaro que visitas mi ventana, / yo te bendigo. / Botón
de mi camisa, / yo te bendigo. // Luces y sombras del camino, yo las bendigo.
// Sí, amo la piedra en mi zapato”. La imagen final me remite a unos versos de Shibólet (Griselda García Ed., 2018): “Piedra
a piedra, / avanzamos”. Nota para la crítica del porvenir: no dejen de
rastrear, para el deleite de todos, las conexiones intertextuales en la obra de
Roel. Si la piedra es sufrimiento, también es puente.
En el libro hay series,
distribuidas de manera muy interesante. Hay cartas, dirigidas a Frieda Mermet,
Therese Breitbach, Kaspar Hauser y Carl Seeling; hay entradas de diario:
caminatas, hoteles, notas de sueños; hay, además, evangelios, canciones y escrituras
en lápiz desde el sanatorio Herisau. La textualidad es riquísima. Las formas,
desde lo esencial siempre, componen una variedad de instancias. El sujeto (trans)muta
junto al lector en cada página del álbum, como una serie de estampas que
interpelan desde lo imprevisto. Cuando en la carta a Therese Breitbach, su
amiga, le escribe “No puedo hacer más que pasear el día entero / y escuchar en
silencio lo que murmura el paisaje”, nos invita a repensar las condiciones de
esa mirada. ¿Pueden la enfermedad y el encierro enriquecer el rango de las
percepciones? Nuestro Walser está y no está allí. El límite de ese entorno no
tiene nada que ver con el límite de su universo perceptivo. El paisaje no tiene
forma de ser encerrado, de recortarse; incluso el poema parece seguir esa
lógica. No hay página que encuadre el efecto de aquel murmullo. La lengua habitual queda inútil y es en ese pasaje donde
Roel/Walser es algo más que un autor para encarnar el exceso, algo que acontece
por fuera.
En Las intemperies del mar (De todos los mares, 2017), el sujeto se
preguntaba “Pero, / ¿dónde estoy? ¿Qué mar me rodea?”. De lo inmenso a la
pequeñez del yo, el espacio puede ser un parpadeo. Porque, como señala Chantal
Maillard, el hombre es “el ser que padece su trascendencia”, no sólo un sujeto
histórico sino “en perpetuo tránsito”. La pregunta “dónde estoy” es respondida
en Los cuadernos perdidos de Robert
Walser con un mapa inabarcable. Desde el encierro absoluto del hospicio a la
oficina del archivo municipal, desde la campiña circundante a una habitación
del hotel Blaeus Kreuz, el tapiz es desgarrado hacia los bosques, el cielo, la
luna, el monte. Esto se acentúa en la segunda parte del libro, titulada Escrito a lápiz, en la que la brevedad
de los textos maravilla con su potencia. Para escribir tan sutilmente en uno o
dos versos (lo digo desde mi experiencia de escritura) hay que, en primera
instancia, atreverse. Y no es un acto menor, pues los riesgos aumentan de
manera proporcional pudiéndose caer fácilmente en la reproducción de lugares
comunes, frases extirpadas sin conciencia, relleno de apariencia “poética”, y
otras malas venturas. Sin embargo, lo que logra Roel es justamente lo
contrario. En el fragmento 14 dice “El guardián del umbral me impide el paso”.
Nada más y nada menos. En una página rebosante de blanco en su contorno. No hay
adjetivos estériles, hay una figura y una mitología que se vuelve rizomática. Y
poco hace falta agregar.
Celebramos la publicación en
España de este libro y este autor. Que sea una oportunidad para seguir el hilo
de la buena poesía.
Diego
L. García
Diego
Roel (Temperley,
Buenos Aires, 1980) estudió Historia del Arte en la Universidad de La Plata y
actualmente dicta talleres de escritura creativa en Posadas. Entre sus libros
destacan Padre Tótem (2004), Dice Jonás (2015), Las intemperies del mar (2017), Shibólet
(2018), Kadosh (2019), El infierno es una bestia callada y triste
(2020) y Andréi Rubliov (2020).