Duermevela en el guardarropa: Acerca de Poco Lázaro de Ángel Cerviño
Duermevela en el guardarropa: Acerca de Poco Lázaro de Ángel Cerviño
(Editorial Dilema, 2023)
Tus
ropas caen lentamente.
Soy
un espía, un espectador.
Gustavo Cerati (Soda Stereo)
I.
Última Gracia
De Las mil y una noches, siempre me ha fascinado “El cuento del
jorobado”, conocido también como “Historia del varias veces muerto”. El mismo
transcurre en la China y cuenta la historia de un jorobado, bufón del rey, que
muere por accidente atragantado con un trozo de pescado durante una cena a la
que fue invitado por un sastre y su esposa. La narración prosigue con el
periplo del cadáver, pues diversos sujetos tratan de deshacerse del mismo hasta
que todo deriva en un juicio final. El muerto no está muerto para quien lo
encuentra por primera vez en la noche. Y hubo una primera vez para un médico, un
comerciante y un borrachín. La noche del jorobado es la noche eterna en que
vida y muerte se conjugan en espiral (Borges hablaba del vértigo infinito de
estos cuentos). Comedia y tragedia, humor negro, la obra maestra del bufón
pereciera ser esa última acrobacia: la del desenmascaramiento. En la noche, en
la embriaguez y en la culpa todos actúan de una manera diferente. De pronto, ven
aquello que antes no veían.
En nuestro Poco Lázaro, la verdad aparece irónicamente
como “una máquina de la suerte”, una tragamonedas con ruidos de bingo humano y
cantante: “las verdaderas máquinas de la suerte cuando se agachan son mirlo por
dentro”, leemos en una metáfora preciosa. Lo que ha hecho Ángel Cerviño
(Lezoce, Lugo, 1956) en esta obra es llevar al lenguaje poético ante el espejo
del antes y el después de las palabras. Al símbolo (como las frutitas en la
slot machine) y a la rotura (en la voz que habla después de haber dejado de
hablar). Es decir, sacarlo de su presente cómodo para montar una serie de
escenas bellamente inconclusas y revulsivas que nos expulsan, con goce, hacia
un territorio ignoto; el espectador pasa a ser un espía de sus contornos
fantasmales: “Fui a ver a la pitonisa como si tuviera un plan / pero sólo
quería un pequeño adelanto de todas las nimiedades que repasaremos el día del
Juicio Final”. No hay futuro, parece, o al menos no en la forma de relato
tradicional.
El libro tiene una
introducción en “apuntes” de Francisco Layna Ranz que es realmente deslumbrante
(una delicia que no sobra ni en una coma). Poco queda para decir después de ese
recorrido, pero de igual manera insistiremos en acompañar la aventura.
II. Casinò
dell'Averno
En los textos de Cerviño se
produce una vuelta muy interesante de la idea de espectáculo. Pues lo que está
por verse nunca acaba de comenzar. La poesía se da como una experiencia de
prueba, un desplazamiento hacia afuera de “la realidad”. Esa actuación a la que
el oficio vital no perdonaría: la coreografía del bufón-mundo, el tiempo donde
nunca la muerte es posible (el fin es también el fin de las posibilidades). En
cambio, en ese margen escénico que abre el poeta, la muerte es un acto más. ¿Y el público? Sin dudas
cualquier lector con sagaces niveles de adormecimiento y entresueño, capaz de
dejarse llevar por la penumbra hasta que caiga el telón. Al igual que ocurre
con Marcel en Por el camino de Swann,
los relámpagos de una memoria involuntaria tejen, en la frontera de la
conciencia (¿un casino ilegal como sede provisoria del Purgatorio?), palabras
de otra especie: “Me volvía a dormir, y a veces ya no me despertaba más que por
breves instantes (…) para abrir los ojos y mirar el caleidoscopio de la
oscuridad”, escribía Proust. Figuras del sueño, signos de un pensamiento órfico
y a la vez carnavalesco: el cuerpo se camufla en la palabra para tramar su
propia celebración. Sueño y texto fluctúan de la misma manera: “déjate ir en el
texto como en uno de esos laberintos que el sueño nos descubre en la vieja casa
familiar”.
[Obra
de Ángel Cerviño: Azul (camouflage
gretel), 1997]
III. Dejen sus sacos por aquí…
¿El poeta? El encargado del
guardarropa (en la primera edición de Exogamia
aparecía “el guardarropa del purgatorio”). Una imagen que me parece muy rica.
Ese sujeto encargado de vestir y desvestir a los demás, para que cumplan los
roles que les tocan (¿serán todas estas páginas un simple sueño de este
sujeto?). A su vez, es quien los recibe en una lengua siempre extraña,
invitándolos a deshacerse de las definiciones que cargan consigo. Es la figura
del pasaje, el puente entre el nacimiento y la muerte, entre la muerte y la
resurrección, noche y alba, complementarios pero que terminan por rasgar la
tela del arquetipo: “Nacemos para ver como los perros se soleaban en la
escalinata del templo”; “Morimos sin saber que el infierno apesta a sebo rancio
y Fanta Naranja”. Quiebra la solemnidad ritual. Y lo frívolo, en contraste con el
espíritu, encarna en sus sabores y olores un orden de sensibilidad que se
impone.
Pareciera no haber solemnidad
en lo esotérico, algo que particularmente me gusta. No estamos ante un
sacerdote sino ante un tipo proletariado que no por casualidad aparece en el
poema titulado “Vudú de los días flojos”, sintetizando el oxímoron de lo sacro
y lo profano. Cerviño juega con eso, construye recortes paródicos (los llamo
así pues no todo es aquí parodia)
donde pone a dialogar elementos que interfieren desde el absurdo, la ambigüedad
y la intertextualidad: “la Sagrada Capilla del Escurridizo Azar es tan pequeña
que no siempre se encuentra”.
La agonía religiosa se
transforma en un swing de manchas sobre la tela; los signos impresos son
pinceladas en un ritmo “a contrapié”: “aquello fue la conga de las
constelaciones”.
[Obra
de Ángel Cerviño: Mantis Swing, 1998]
IV. Security Co. (Muñecos)
[Obra
de Ángel Cerviño: Abstracción #4, 2004]
Lázaro es uno de nosotros: “el
resucitado que se extravió en el laberinto de cámaras”. Entreabre sus ojos y
entrega a las visiones la sangre que le queda. Todo es un claroscuro desechable
para los ojos vigilantes de la sociedad (las pantallas no son espejos): el
tiempo perdido, la función inconexa, la siesta de la producción mecánica.
Un Dios preocupado, un Dios
nervioso, un Dios lector hacen al fracaso de lo extraordinario. O, mejor dicho,
a partir de estos hilos profanos se va constituyendo un relieve del vivir. El
trasfondo es ese: no una refutación dogmática, sino una apropiación del
contraste que conceptos como “Dios”, “vírgenes”, “Jesús” (en una imagen
fabulosa que no pierde dimensión mistérica: “Nana de la bruma del puerto al
rostro de Jesús que forman las manchas de aceite”) y el mismo Lázaro
posibilitan en un mundo absorbido por el pragmatismo y la materialidad banal.
Desde un cuaderno de ensoñaciones, la mancha en el fluir de la imagen nos deja
expuestos a revisar nuestra vitalidad y su sentido: “mientras me hundía alcé
una mano y saludé al muñeco que contemplaba la escena”.
La poesía española hace que
duerme pero siempre tiene un ojo abierto. Ya sea poco o mucho el espesor del
símbolo, la alucinante duermevela de nuestro Lázaro nos devuelve al mundo
llenos de preguntas. Algunas de ellas ya vienen formuladas: “¿no era el
silencio todo lo demás?”, “¿estar vivo era esto?”, “¿es tiempo dilapidado todo
aquel que no empleamos en contemplar las sonrosadas nubes que pasan?”, entre tantas
otras. Que sea el lector quien navegue por sí mismo este sueño liviano y lidie
con las exigencias de la compañía; es la prisión de lo escrito, y la mañana desnuda
aguarda al otro lado del caleidoscopio.
Diego
L. García
Ángel Cerviño (Lezoce, Lugo, 1956). Artista plástico y poeta. Ha publicado los libros: Exogamia, en un tris (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2022), La explotación industrial del gusano de la seda (RIL Editores España, Barcelona, 2019), Meltemi +Tomas falsas (Ay del seis, Madrid, 2017), Exogamia (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2017), ¿Salpica Dios como un expresionista abstracto? (Balduque, Murcia, 2016), Impersonal (Amargord Ediciones, Madrid, 2015), ¿Por qué hay poemas y no más bien nada? (Amargord Ediciones, Madrid, 2013), El Ave Fénix solo caga canela, con el que resultó ganador del XV Premio de Poesía Ciudad de Mérida, (DVD Ediciones, Barcelona, 2009), Kamasutra para Hansel y Gretel (Ediciones Eventuales, Madrid, 2007).